domingo, 11 de abril de 2010

ANOMALÍA ESPAÑOLA

El primer domingo de primavera estuve en Ocaña (Toledo), por primera vez. Amistad presa obligaba visita. Con la ley de Memoria Histórica vigente –la misma que Amnistía Internacional tildó de ley impune de punto y final– tuve que pasearme por la Avenidísima del Generalísimo, torciendo antes por la C/José Antonio para dar con el penal, donde sobreabundaban –en dependencias públicas– los carteles del “sí a la vida, contra el aborto” de esas curiosas plataformas nacional- católicas dónde demasiados defienden todavía la pena de muerte.

Ante la sede del PP, una pintada rezaba “¡Traidores!”: el rezo lo rubricaba Falange. ¿”Suspiros de España”? En pleno 2010, cruzado el céntrico monolito a Primo de Rivera, conseguí llegar a la cárcel de Ocaña. Presidio de penas acumuladas. De pena de memoria también. De pena de deriva. De pena, con todo, que alimenta la esperanza. A colación viene la anécdota metonímica de la cárcel de Ocaña porque nos sitúa en el intento por desnudar qué posibilidades, anhelos, perspectivas, sugiere la actual estampa autonómica, el sempiterno café-agua-chirri que siempre suena a estafa, y las posibilidades más que abiertas -a pesar de los cerrojos impuestos- de encauzar el conflicto que sufre el País Vasco hacia vías y términos estrictamente políticos. Animada la entretenida coctelera celtibérica con todas las potencialidades de democracia directa y autodeterminación social que, tras el 25 de abril, habrán experimentado ya 477 municipios catalanes, el 51% del total. 477 municipios que valen algo más que los 12 del patíbulo, del patíbulo del Tribunal Constitucional (TC), que con su Santo Oficio van a cercenar un Estatut nacido muerto, después de que las Cortes tumbaran el Plan Ibarretxe sin debatirlo. Democracia española: terrible sinestesia. Lo dijo Rajoy tajante en su inquietante concepción tutelada de la democracia: por encima del TC no hay nada. Pues resulta que si hay algo: la soberanía popular. Es decir, tú y ella y Zaida, la nueva vecina del cuarto primera.

El hueso a roer es la espesa subcultura política, sedentaria y autoritaria, solidificada en el poso que dejan años de autoritarismo, de democracia de baja intensidad y de inercia teledirigida a gobernarnos por la ignorancia y el miedo. De confirmarse las puertas abiertas contra la anomalía y excepción española –nuevo escenario en el País Vasco, un soberanismo catalán basado en la movilización popular, complicidad en red de los movimientos–, podrían echarse al basurero los desperdicios inútiles del españolismo ramplón. Y si Aznar I El Neurótico sostiene que España se deshilacha, pues buena señal será. Han pasado de perder Cuba a ganar Perejil: y siempre consuela saber que todo imperio tiene su fin. Por eso si somos capaces de dejar atrás la jerarquía vertical inquisitorial y llegar a la complicidad horizontal en red entre pueblos y culturas, mejor para todas y peor para Jose Mari. El tajo que nos toca es sortear décadas de incomprensión deliberadamente planificada, superar la parálisis social que ha provocado la lógica antiterrorista y romper la rígida impermeabilidad polarizada, los compartimentos estancos y la anestesia mental que induce a la esterilidad social. Como bien han hecho la FRAVM y la FAVB celebrando juntos 40 años de movimiento vecinal en Barcelona y Madrid.

Pero claro, la basta ingeniería política española ha conseguido interiorizar el pánico a la ruptura de la sagrada Unidad de España, como si se hundiera el mundo. Típico tópico nacionalista: que viene el Coco. Digámoslo con Ovidi Montllo, catalán del sur, valenciano del Norte: “hay gente a la que no le gusta que se hable, se piense o se escriba en catalán; es la misma gente a la que no le guste que se hable, se piense o se escriba”.

Al fin y al cabo el españolismo como modo de gestión autoritario, como ideología de Estado, mata hacia fuera y mata sobre todo hacia dentro. Hace de la negación del otro su única afirmación, pero anula sobretodo las potencialidades de su propia ciudadanía. Es tiempo de desalojar cierta ramplonería simplona y maniquea. En Catalunya tenemos ricos como Félix Millet que saquean el Palau de la Música en nombre de la patria, mossos que nos rompen la cara, Angladas que promueven la xenofobia islamófoba y una Caixa que siempre gana y nunca pierde. Hay catalanes que ya los regalamos al peor postor.

Pero el tensor jacobino de la infranqueable mayoría españolista fraguada entre PP-PSOE en cuestiones de Estado opera en silencio, aderezada con los hooligans de UPD, Ciudadanos y la Audiencia Nacional. Pretenden que nunca nos entendamos. Se me antoja ridículo por itinerario vital: nací en el barrio de Gracia (Barcelona), milito en un ateneo independentista que aboga por un marco cultural que son los Països Catalans y soy nieto de destripaterrones zamoranos y leoneses. Desde enano mamé memoria. Memoria y república y laicidad. También lai-cidad apátrida. ¿Somos nacionalistas? Pues no de entrada. Y sí en un doble nivel. Uno, el del señor K de Bertolt Brecht que siempre respondía igual: pues sólo depende, únicamente, de quién tenga delante. Y dos, siempre y hasta que ya no toque, en los términos del valenciano Joan Fuster: tenemos unas infinitas ganas de dejar de ser nacionalistas.

Nacidas en la democracia de la amnesia, en el caldo de cultivo de la impunidad y bajo la estrategia del silencio, las nuevas generaciones en movimiento tenemos la posibilidad de romper ese cerco y renegar de la herencia perversaque nos quieren dar en dote. Para revertirlo, hace falta mucho respeto y más apoyo mutuo y total complicidad: procesos de autonomía y autodeterminación social. La máxima aportación de los movimientos sociales radica hoy, más que nunca, en esa brecha por una nueva cultural confederal. Euskal Herria sigue su camino, el que decidan libremente. Catalunya también, hace tiempo. Y Galicia cuando quiera. No se le pueden poner puertas al mar. Contra su neurosis bíblica en Franco retroceso, salud mental comunitaria. Somos lo que somos y, como diría Sarrionaindia, somos sobre todo lo que no somos. Lo que no queremos ser.

Algún día habrá que cerrar Ocaña. Pero sobre todo clausurar los muros mentales que nos impiden darnos el gustazo de saber que en esta vida nunca se deja de aprender. La apuesta es seguir estirando del hilo para deshacer, finalmente, la madeja: desfacer el entuerto de los nudos gordianos de años de miradas atávicas y acabar con los juegos obscenos de sombras y recelos del laberinto. No perdamos la oportunidad de disfrutar de una vez de una pluralidad compleja. Que llegue la confederación social que cantaba Sádaba en estas mismas páginas y que llegue sobretodo la eu-topía de Pere Casáldaliga: el sí-lugar donde cabremos todas. La pista de baile es grande; se admiten y celebran todos los movimientos basados en el respeto mutuo. Y por supuesto se aceptan divorcios, separaciones, matrimonios - de conveniencia o no- y hogares monoparentales. Pasa en la vida, es bien normal que pase en la respublica. O eso o guardaremos un silencio bastante parecido a la estupidez. Y nos perderemos lo mejor de nosotras mismas.

David Fernández (militante de base de l'Ateneu la Torna) Diagonal

No hay comentarios: