miércoles, 22 de diciembre de 2010

UN LIBRO DESVELA CONSPIRACIONES CARLISTAS PARA DERROCAR A FRANCO EN LA POSTGUERRA

Los historiadores del carlismo han centrado sus estudios en el papel del requeté en la guerra que desató el golpe de estado de 1936 y en los movimientos de disidencia carlista de la etapa final del franquismo. Poco se sabe sobre qué ocurrió dentro del tradicionalismo inmediatamente después de la guerra, más allá de la versión oficial elaborada por la maquinaria propagandística del régimen. El historiador y periodista Manuel Martorell acaba de publicar un libro en el que intenta rescatar cuál fue la actitud política de las bases carlistas en esa etapa oscura de la historia que va desde el final de la guerra hasta 1953, cuando EEUU y Reino Unido deciden respaldar al Estado español como bastión anticomunista.

«Se afirmó que el carlismo se unificó con Falange en FET y de las JONS y que formó parte del entramado ideológico y político del franquismo. Esta es la versión del NoDo», dice Martorell, quien en “El retorno a la lealtad. El desafío carlista al franquismo” intenta probar todo lo contrario. «La unificación no se produce porque no se puede producir. El fascismo y el tradicionalismo son sistemas opuestos. El fascismo quiere un estado fuerte, que lo controle todo, y el tradicionalismo un estado débil, porque lo que prima son las tradiciones y fueros de cada nacionalidad», asegura.

La comunión tradicionalista no se articulaba como un partido de corte clásico. A juicio de Martorell se trataba más bien de un movimiento con unas ideas fijas fuertes, principios muy sólidos, pero de los cuáles nacían una serie de interpretaciones muy diferentes. Dos de estas corrientes, la falcondista y los favorables a la unificación con Falange, se irán distanciando poco después del alzamiento.

Según la investigación de este historiador, la unificación con Falange en 1937 se hizo de espaldas a los líderes carlistas (Manuel Fal Conde y Javier de Borbón Parma) y sin consultar a las bases. De hecho, un mes antes, la asamblea de los carlistas había decidido en Portugal que rechazarían la propuesta.

Enseguida llegó el primer enfrentamiento entre la ideología representada por la Junta de Guerra de Nafarroa (más cercana a las tesis de Franco) y la propia Junta Nacional carlista de Fal Conde. «Este conflicto permaneció abierto durante toda la guerra y continuará después. Las bases van a seguir las posiciones falcondistas y dejarán fuera de la reconstrucción del partido a los dirigentes afines a la Junta de Guerra de Nafarroa al término del conflicto bélico».

Martorell ubica el primer gran choque entre falcondistas y franquistas el 19 de mayo de 1937. Ese día, en la Casa de Juntas de Gernika, Javier de Borbón Parma juró ante altos mandos del requeté los fueros vascos. Sólo habían pasado tres semanas desde que la ciudad hubiera sido bombardeada por la Legión Cóndor.

«Ésta es la mejor imagen del desafío que plantearon los carlistas al nuevo régimen» asegura el historiador. «No es casualidad que unos meses después Franco diera orden de buscar a Javier de Borbón Parma para expulsarle del territorio y encarcelara a Antonio Arrue, otro de los presentes durante la jura de los fueros». Arrue vería la victoria del bando nacional desde la prisión de Granada.

Tras la guerra del 36, buena parte de los carlistas continuarían tomando distancia de los postulados del dictador. «En los inicios del régimen, los carlistas mantuvieron una oposición a Franco que no volverá a verse hasta la etapa final de la dictadura», asegura Martorell. El punto álgido del movimiento carlista opositor se vivirá tras la caída del fascismo y el nazismo, al término de la Segunda Guerra Mundial. La estrategia de enfrentamiento pasa a tener un objetivo muy definido: «derribar o cambiar el franquismo» para sustituirlo por una nueva monarquía coherente con los principios tradicionalistas, es decir: católica, representativa, foral y templada. De esta forma, los carlistas querían reconciliar al Estado con el resto de países europeos.

Iruñea, 3 de diciembre de 1945

En diciembre de 1945 se produjo en Iruñea uno de los incidentes más graves que marcan este choque entre carlistas y franquistas. Militantes tradicionalistas se enfrentaron a tiros a la Policía, dejando ocho heridos, la mitad de ellos de bala. Hubo cerca de 200 detenidos y se cerró el Círculo Carlista, donde se llegaron a encontrar ametralladoras y cartuchos de dinamita. No obstante, la maquinaria represiva no llegó a mostrarse con toda su crudeza. Según Martorell, esto se debió a la intercesión de algunos generales agradecidos por el papel que habían jugado los carlistas en la guerra.

Unos años antes, en agosto de 1942, otro hecho armado muestra hasta qué punto llegaba la brecha que se había abierto entre los carlistas y el régimen. En Begoña, militantes falangistas arrojaron granadas de mano contra una concentración de carlistas, dejando cien heridos.

«Estos dos incidentes, normalmente, se han interpretado como hechos aislados o como disidencia dentro del régimen. Sin embargo, creo que con este trabajo demuestro que lo que ocurría es que el falcondismo había emprendido una estrategia para derribar la dictadura», asegura Martorell, que recuerda además que la Comunión Tradicionalista llegó a apoyar (por un estrecho margen) un intento de golpe de Estado orquestado por militares juanistas que no llegó a fructificar.

El carlismo aún conservaba una capacidad de convocatoria muy fuerte. Era capaz de sacar a la calle en manifestación a miles de personas. Sin embargo, lo que terminó por apuntillar esta etapa poco conocida fue el espaldarazo que recibió Franco por parte de EEUU y Gran Bretaña con el estallido de la Guerra Fría. Las posibilidades de derrocar el régimen se diluyeron y, con ellas, también los intentos de cambiar el régimen que, en el fondo, ellos mismos ayudaron a construir. Manuel Fal Conde decidió abandonar para siempre la vida política en 1955.

El libro de Martorell arrancó como un trabajo de historia oral, un proceso de recabar testimonios, pero ese intento se vió truncado. «Me di cuenta de que la gente se me estaba muriendo. Me frustró mucho. Además, muchos de los testimonios no eran válidos, porque los testigos mezclaban fechas y conceptos», explica. Finalmente, el libro combina testimonios orales y testimonios escritos (memorias de protagonistas de esos años) y documentos oficiales. Para el autor, estos últimos son los más importantes, ya que se trata de papeles del Servicio de Inteligencia e Información de FET y de las Jons (SII). «El SII estaba formado por el ala dura del franquismo y emite una gran cantidad de informes y de denuncias muy concretas, acusando a tal persona de tal cosa», asegura Martorell.

Entre la documentación original que aporta el trabajo del historiador, aparecen esquelas subrayadas por los agentes de ese servicio secreto, cuando las cartas de condolencia no eran acordes a los principios del régimen, o cuando parecen elementos de la iconografía carlista que quedaron proscritos después de la unificación, como la borla en la boina roja. «La Inteligencia del régimen extrema su atención hacia estos detalles, porque está convencida de que lo que reflejan es una disidencia con la línea política del régimen», explica el autor.

Ha publicado una serie de artículos sobre el carlismo para “El Mundo”, la institución Príncipe de Viana y varias revistas especializadas. Es autor del libro “Andanzas de un carlista en el siglo XX”. Además, ha trabajado esta etapa histórica investigando la trayectoria del líder comunista navarro, Jesús Monzón, quien promulgaba la unión entre las fuerzas antifranquistas e incluía en ellas al carlismo.
Aritz Intxusta, en GARA

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