domingo, 8 de mayo de 2011

BILDU COMPLICA LA HEGEMONÍA DEL PNV, LA SUMA PSE-PP Y EL FUTURO DE EB Y ARALAR

El primer concepto que viene a la cabeza de políticos y analistas al valorar el regreso a las urnas de la izquierda abertzale tradicional -en coalición con EA y una escisión de EB (Alternatiba) sin apenas presencia institucional- es 'recomposición del mapa político vasco'. La ilegalización de Batasuna en 2003 apartó a esa sensibilidad -tradicionalmente muy fuerte en las localidades de menos de 20.000 habitantes y en Guipúzcoa, donde tiene su feudo- del poder local y de las cámaras forales. Sus sucesivos intentos de regresar a las instituciones con marcas declaradas por los tribunales herederas de organizaciones proscritas tuvieron éxito solo a medias en 2007, cuando la histórica sigla de Acción Nacionalista Vasca (ANV) fue 'colonizada' por la izquierda radical y logró 'colar' 68 de las 201 planchas que presentó.
Por esa razón, la fotografía que arrojaron las urnas en 2007 -pese a la proscripción parcial, ANV controla 42 alcaldías en Euskadi y Navarra, a las que hay que sumar la decena de consistorios en manos de EA- no admite comparación con la que se obtendrá el 22-M. Más bien, habría que remontarse a la cita de junio de 1999 para poder extraer conclusiones. Una lectura de aquellos datos permite aventurar que la irrupción de Bildu tenderá a simplificar espacios en el siempre complejo tablero vasco y, como consecuencia directa, dificultará tanto las mayorías absolutas -el PNV solo se aproxima en principio, aunque sin rozarla, en las Juntas vizcaínas y en el Ayuntamiento de Bilbao- como los pactos postelectorales, dejando la puerta abierta a ejecutivos en minoría sustentados en apoyos externos.
Con la salvedad de que, cuando se celebraron los comicios forales y locales de hace doce años, los actos de violencia callejera se multiplicaban en las calles de Euskadi pese a la tregua que la banda rompería cuatro meses después, en noviembre. La fórmula de acumulación de fuerzas nacionalistas acuñada en Lizarra iba perdiendo gas. Ahora, en cambio, como reconocen todos sus rivales, Bildu tiene «la campaña hecha»: el poso de victimismo que han dejado los avatares judiciales de la coalición, unido a la sensación que ha calado en amplias capas sociales de que el camino hacia la paz es irreversible, les ha proporcionado un impulso innegable.
El PNV encarna mejor que nadie la paradoja que puede suponer para los nacionalistas el haber logrado por fin la «normalidad» que ansiaban. 'Cuidado con lo que deseas porque puede hacerse realidad', reza el dicho, aplicable al panorama que se abre para la formación jeltzale. La legalización de las planchas de Bildu supone una victoria moral para el partido de Iñigo Urkullu. No hay más que echar un vistazo al gesto eufórico del líder del EBB nada más conocer la resolución del Constitucional en el acto de apertura de campaña. Los jeltzales han apostado fuerte para lograr que la coalición pasara el filtro judicial e incluso han presionado a Zapatero con la posibilidad de dejarle caer si Bildu se quedaba fuera de las elecciones. Tienen, además, otra poderosa razón para estar satisfechos: «Nuestra gente ha respirado. Con independencia de las alcaldías o concejalías de más que pudiéramos haber logrado sin Bildu, nos comíamos un 'marrón' tremendo. La presión en los pueblos habría sido clarísima y la incomodidad, enorme», explica un dirigente jeltzale, convencido de que la gestión de los resultados en un escenario incompleto se habría hecho muy cuesta arriba para el PNV. El pasado reciente -la retirada de sus listas en Lizartza tras la efímera alcaldía de Joseba Egibar, la gestora constituida en Ondarroa al renunciar los candidatos locales del PNV a ocupar sus cargos...- así lo atestigua.
Pero, al mismo tiempo, Sabin Etxea es consciente de que se ha sumado a la liza un duro competidor que amenaza su hegemonía y su poder local y por eso promueve un discurso deslegitimador de la izquierda abertzale, además de exhibir músculo gestor frente al «'cero patatero'» de la antigua Batasuna en las últimas tres décadas. La consigna pasa por insistir en que el PNV ha «levantado la persiana» cada día durante los últimos 34 años frente a una izquierda radical subordinada, hasta ahora, a ETA y diluida en proclamas utópicas. El PNV tiene claro que es clave erosionar la credibilidad de Bildu -la falta de «coherencia» interna, plasmada por ejemplo en la presencia de EA en una alianza con claro sesgo de izquierdas- para evitar que el 'mordisco' a su electorado sea de magnitud superior a la tolerable. En todo caso, el PNV insiste en que apenas comparte voto fronterizo con la izquierda radical y que, por lo tanto, no cambiará su discurso para pescar en su caladero.
Aún así, es un hecho que PNV y Bildu pelean en el mismo espacio ideológico -el abertzale- y a nadie ha pasado desapercibida, por ejemplo, la iniciativa 'Batu Gaitezen' que Egibar puso en marcha en Guipúzcoa, escorada hacia el soberanismo. En todo caso, el PNV, que buscará concentrar al máximo en su sigla el voto nacionalista, no tiene intención de echarse al monte y seguirá insistiendo en la profundización en el autogobierno como sinónimo de bienestar, al margen de que en Guipúzcoa sea posible hacer algún guiño algo más osado. Sabe el PNV, de hecho, que en ese territorio Euskal Herritarrok logró nada menos que 14 junteros en 1999. La lista que encabezó Markel Olano obtuvo 16 hace cuatro años. En los últimos comicios, el voto nulo -que ANV, ilegalizada en las Juntas guipuzcoanas, contabilizó como propio- superó en mil papeletas los 71.000 sufragios cosechados por el PNV. Es más que posible que a un Joseba Egibar en capilla del proceso interno para renovar el EBB se le planteé la disyuntiva de tener que elegir entre Bildu o el PSE como compañero de viaje o decantarse por un gobierno débil y en precario. Eso, si el PNV logra ser primera fuerza. En Vizcaya, la fortaleza jeltzale parece menos amenazada y en Álava, donde la rivalidad se concentra en PSE y PP, los peneuvistas también son conscientes de que les toca una campaña muy pegada al terreno.
La irrupción de Bildu también reducirá en algunos casos, por una mera cuestión de porcentajes y reparto, la representación de los partidos no nacionalistas. Al margen de que PSE y PP pretendan o no extender su entente a todas las instituciones donde la suma les garantice la mayoría absoluta -como advierte el PNV para movilizar a su electorado-, lo cierto es que la irrupción de Bildu -que pronostica en cambio un acercamiento entre jeltzales y socialistas- también dificulta esa opción. Si la formación de Urkullu lograse, por ejemplo, un buen resultado en Vitoria, la entrada de Bildu -EH obtuvo tres ediles en 1999 en la capital alavesa- podría incluso impedir que PSE y PP se hicieran sin problemas con el control del Consistorio uniendo sus fuerzas.
Algo similar podría suceder en Getxo, importante granero de votos para los populares que, sin embargo, no han logrado hacerse con la Alcaldía. La formación de Antonio Basagoiti -y también la de Patxi López- insisten en que están abiertos a otras posibles alianzas. Se ha hablado, por ejemplo, de un hipotético romance entre Odón Elorza y el PP en el Ayuntamiento de San Sebastián, aunque hay quien ve incluso un acuerdo del veterano alcalde socialista con la izquierda abertzale, que podría irrumpir con fuerza tras doce años apartada del Consistorio. Serán estas escaramuzas derivadas de la política de alianzas tras el 22-M las que pongan -quizás- en solfa el pacto PSE-PP. «Eso sí puede ser peligroso», avisan los populares vascos, que están decididos a mantener por el momento la entente que sustenta al lehendakari pese a la legalización de Bildu y a las presiones del ala más a la derecha del partido, con Mayor Oreja y Carlos Iturgaiz como exponentes.
Queda un tercer 'damnificado'. O más bien, varios. Son los partidos pequeños, que tendrán que reajustar su estrategia y sudar cada concejalía, mucho más difíciles de lograr ahora al encarecerse los porcentajes mínimos para obtener representación. El 'suelo' del 3% de los votos necesario para entrar en Juntas o el 5% exigible para sentarse en los ayuntamientos equivale ahora a bastantes más papeletas que sin Bildu. Eso hace prever una merma de la representación local de EB, Aralar o Hamaikabat (H1!), la escisión de EA que mantiene cerca de 80 cargos públicos en Guipúzcoa.
La formación de Patxi Zabaleta, muy pujante en las últimas citas electorales, se perfila como la principal perjudicada, al contar ahora con un rival 'fotocopia': de izquierdas, abertzale y comprometido, en principio, con la no violencia. Por si eso fuera poco, EB y Aralar concurrieron en coalición hace cuatro años. Ahora, por separado. Aralar tirará de programa, experiencia y presumirá de una cultura democrática más arraigada para intentar que la 'ola Bildu' no le pase por encima.
Olatz Barriuso, en Grupo Correo

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