sábado, 27 de agosto de 2011

RECUPERAR LA NAVARRIDAD

El discurso abertzale y vasquista en Navarra ha estado marcado en los últimos decenios por un llamativo abandono de elementos muy arraigados en el imaginario colectivo navarro. Desde los años de la transición a la democracia, en el proceso de concreción del Estado de las autonomías, las formaciones aber-tzales han interpretado, en cierta medida, que el fortalecimiento de lo navarro implicaba necesariamente un debilitamiento de las aspiraciones nacionalistas de cara a constituir un sujeto político común a las cuatro provincias. Si bien esta fórmula en virtud de la cual más Navarra era igual a menos Euskadi pudo tener tal vez su razón de ser a finales de los años setenta y principios de los ochenta, en el marco de los debates en torno a los Estatutos de autonomía, no parece que en pleno siglo XXI, con 30 años de andadura del Amejoramiento y del Estatuto de Gernika, esta correlación tenga la misma fuerza.

Durante todos estos años, el interés del abertzalismo se ha centrado en rescatar o construir imágenes identitarias netamente vascas que pudieran ser enarboladas frente a los símbolos de la navarridad oficial. El proceso de identificación de algunos de dichos elementos con una imagen esencialista de España durante el franquismo, unido al antivasquismo de determinadas formaciones políticas, han colmado de razones a quienes han defendido esta estrategia política y discursiva. El nacionalismo ha renunciado en cierta medida a debatir sobre las lecturas e interpretaciones que se han hecho desde el antivasquismo al respecto de qué era y qué significaba ser navarro y sobre cuáles eran las señas de identidad de la navarridad, llevando el debate, en algunos casos, o permitiendo que se llevara, en otros, a un enfrentamiento entre identidades contrapuestas.

Nunca han faltado argumentos para alejarse de lo que oficialmente se ha identificado como lo navarro debido a que quienes se han erigido como intérpretes de la navarridad han centrado su labor en construir Navarra frente a Euskadi, en oposición y negación de lo vasco. Sin embargo, ese proceso de monopolización de la identidad de Navarra por parte de determinadas formaciones políticas ha sido posible precisamente por la decisión del vasquismo y el abertzalismo de reivindicar Navarra desde una lógica y una dinámica propias, en muchos casos, de la Comunidad Autónoma Vasca. Esto ha sido así también (y se podría decir que especialmente) cuando se ha pretendido cambiar la mirada hacia una supuesta centralidad navarra, afirmando que la solución no estaba en que los navarros tomáramos conciencia de nuestra identidad de vascos sino en que los alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos comprendieran que son, en realidad, navarros.

Desde la transición a la democracia, el discurso y la acción política del abertzalismo y el vasquismo en Navarra se han llevado a cabo desde ópticas más centradas en Bizkaia, en un caso, y en Gipuzkoa, en otros. Ni tan siquiera el origen y componente netamente navarro de dos formaciones políticas que han liderado durante los últimos decenios el espacio abertzale en Navarra como EA y Aralar han conseguido frenar este hecho en la práctica, por mucho que sobre el papel haya habido avances importantes en cuanto al reconocimiento de la especificidad navarra.

Es evidente que el proceso de institucionalización de Navarra durante la Transición tiene importantes déficits de fondo y forma. La exclusión en las negociaciones de las fuerzas políticas ajenas al consenso navarrista, por un lado, y el esencialismo que se esconde en el hecho de que el Amejoramiento no se sometiera a referéndum, por otro, no son cuestiones menores. El proceso de aprobación del Amejoramiento evidencia cómo ciertos sectores políticos navarros creen que la identidad queda fuera del ámbito de lo político, de la opinión, y lo llevan al mundo de las esencias, de lo inmutable, de lo que no es opinable ni se puede someter a un referéndum. Sin embargo, no es menos cierto que el Amejoramiento garantiza también el respeto de la foralidad navarra por parte del Estado y que esa foralidad no es o no tiene que ser necesariamente la que afirma ese antivasquismo, vestido de navarrismo.

Si queremos avanzar no podemos seguir cometiendo el mismo error que achacamos a otros. No podemos negar la realidad y excluir de nuestra idea de la navarridad aquellos elementos que también la conforman y de los que se ha apropiado el llamado navarrismo. Llevemos el debate sobre la navarridad a claves democráticas de respeto a la voluntad de la ciudadanía navarra y saquémoslo de una estéril espiral de negaciones que a lo único a lo que lleva es a mantener la actual situación de exclusión de una parte de los navarros y navarras.

Esa recuperación de la navarridad a la que nos referimos no debería limitarse a aspectos meramente simbólicos como la exhibición de la bandera de Navarra en actos culturales y políticos del abertzalismo navarro (una bandera, por otro lado, convenientemente modificada para evidenciar el rechazo de la oficial, todavía contemplada como un símbolo españolista). Sin despreciar para nada el valor de los símbolos, el verdadero cambio de perspectiva requeriría situar a la Navarra real en el centro del discurso y de la acción, sin renuncias, sin dejar de trabajar por esa o esas Navarras imaginadas y deseadas, pero entendiendo que habrá ocasiones en que lo más conveniente para los intereses de nuestra comunidad seguirá caminos diferentes de los de la Comunidad Autónoma Vasca.

La realidad sociológica y política de Navarra exige esfuerzos importantes a la hora de tender puentes y buscar puntos de encuentro entre diferentes. Ese es el reto que la ciudadanía navarra ha lanzado en las últimas elecciones forales, y en él el abertzalismo y el vasquismo navarros tienen mucho que aportar desde la voluntad de confluir y de construir desde la diversidad. Es necesario aceptar la pluralidad de Navarra y su especificidad dentro de Euskalherria como punto de partida. Mientras la respuesta a nuestros problemas siga centrada en dinámicas ajenas a Navarra y mientras se busque la solución en el alejamiento entre diferentes y la concentración de los abertzales y vasquistas frente a los que no lo son, el cambio en nuestra comunidad no será posible.

Álvaro Baraibar, Fernando Mikelarena, Goio Monreal y Peio Monteano

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