jueves, 6 de octubre de 2011

EL DULCE RETIRO DEL EXPRESIDENTE

En estos tiempos de crisis no hay mejor destino que el de quienes han sido importantes. Por un lado, ya no recae sobre ellos la presión de serlo, es decir, la responsabilidad de sacar a los ciudadanos de sus apuros. Por otro, su imagen sigue viva en la memoria de la gente, aún se les recuerda por lo que fueron, de modo que se les tiene en cuenta cuando hay una plaza por cubrir. En estos días de crisis nos hemos enterado de que Miguel Sanz ha sido nombrado presidente de Audenasa, la empresa concesionaria de las autopistas de Navarra. Se nos informa de que cobrará unos 20.000 euros anuales, dispondrá de despacho propio y su cometido se limitará a convocar la junta general y las reuniones del consejo de administración. Dado que Sanz también será retribuido con un sueldo como expresidente y a base de dietas como asesor de la CAN, no tendrá mayor problema para llegar a fin de mes.

Antes del verano, al dejar sus funciones como máximo representante de la Comunidad Foral, al hombre de Corella se le abrió un mundo de posibilidades, un futuro prometedor. Debió de sentirse tan afortunado que empezó a soñar lo que sería. Primero se imaginó dirigiendo alguna empresa privada, pero algo debió de avisarle de que quizá no era tan sencillo como creía, de que para eso no le bastaba aquel master con que hace unos años adornó su currículum oficial. Pensó en cifras y balances, en quiebras y fusiones, y casi sufre un colapso al verse en un puesto de tanto estrés.

No, el sector privado encerraba demasiados riesgos, no le iba a resultar fácil pasar desapercibido. Entonces se acordó del Aula de la Experiencia, de aquella carrera sin contenido que, a modo de parque temático, debía hacer las veces de banderín de enganche para que miles de riberos sin estudios se matricularan en el campus de Tudela. Se imaginó a sí mismo de profesor de la cosa y vivió un largo momento de emoción, hasta que de repente se preguntó qué asignatura impartiría a los alumnos y no halló respuesta a pesar del entusiasmo del principio.

A pesar de que poco a poco iban reduciéndose las salidas, Miguel no se desanimó en absoluto. Una de las dedicaciones habituales entre quienes han detentado cargos políticos es la de dictar conferencias, así que el expresidente sopesó también esa opción. Recordó los discursos que había dado a lo largo de su vida pública y llegó a la conclusión de que no lo había hecho mal del todo. Bueno, es cierto que a veces había confundido expresiones o mezclado refranes, se había olvidado de la frase principal o hecho un lío con las oraciones de relativo. Es cierto que no siempre había acertado con los verbos y que en una ocasión había dicho que Vargas Llosa era impresentable en lugar de decir que no necesitaba presentación, pero esos deslices podían ocurrirle a cualquiera. Aunque Miguel Sanz no descartaba volver a hablar en público, dirigirse a un auditorio lleno de caras amigas, en la libreta donde planificaba su porvenir puso por si acaso un interrogante junto a la palabra conferencias.

Y ahora, en este otoño de recortes, Miguel ha encontrado por fin un acomodo. Una empresa semipública le ha escogido para que presida el consejo de administración y dirija sus destinos de ente ambivalente. Es verdad que algo así no estaba entre sus puestos soñados, pero por lo menos no tendrá que diseñar estrategias, ni abrir mercados, ni enseñar en un aula, ni hablar ante una audiencia crítica con su sintaxis. Disfrutará de un despacho con vistas al peaje de la A-15, y desde allí podrá contar los coches que pasan u observar las operaciones de salida y llegada en las vacaciones, o denunciar a los que se vayan sin pagar. Eso sí, hará la vista gorda con los que superen el límite de velocidad, pues recordará que una vez se jactó de viajar de Pamplona a Allo en veinte minutos.

Hubo una época en que los políticos de primera línea procedían de la élite profesional o intelectual y no necesitaban ese cargo dirigente para medrar. Al final del periodo para el que eran elegidos, regresaban al lugar del que venían y continuaban con su actividad de siempre. Consideraban esos años de vida pública como un servicio prestado a su país, como una forma de devolver a la sociedad parte de lo que habían recibido, y no esperaban más compensación que poder recuperar su privacidad. Una vez fuera del poder, algunos metían sus cosas en una bolsa de deporte y volvían andando a su domicilio como Váklav Havel en aquella foto que le hicieron por las calles de Praga.

Hoy, en cambio, si casi ninguno de ellos regresa al sitio de donde salió es porque no proceden de ningún sector donde hayan destacado, sino de la propia estructura del partido político que los aupó. Así que en el momento de la despedida, finalizado su mandato, no hay una reinserción honorable en el ámbito en el que desarrollaron su vocación, hay solamente un intento de trepar hacia puestos para los que no están preparados.

Es posible que dentro de unos días, cuando Miguel Sanz ocupe su despacho en las oficinas de Audenasa, mire ensimismado hacia los carriles de la autopista y, en un instante de humildad, se pregunte: pero, ¿qué canastos hago yo aquí?

Ignacio Lloret, en Diario de Noticias

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