jueves, 6 de octubre de 2011

LIBIA, ¿Y AHORA QUÉ?

1. La revuelta libia, a diferencia de las ocurridas en otros países árabes, derivó en un enfrentamiento militar con apoyo extranjero. ¿En qué medida ha resultado ser un proceso autónomo o un proceso impulsado desde el exterior? ¿Estamos ante un nuevo Irak?

La insurrección había sido preparada desde hacía varios años en París y sobre el terreno por los servicios secretos franceses (Libero, Italia, 24 de marzo). La CIA también estaba muy activa en el este de Libia desde varios meses antes de la manifestación de Bengasi. Igual que cientos de agentes británicos del SAS (Daily Mirror, 20 de marzo). El International Herald Tribune del 31 de marzo habla de una «amplia fuerza occidental en acción en la sombra», antes del estallido de las hostilidades el 19 de marzo. En realidad, las potencias occidentales han organizado un conflicto para derribar un régimen que les resultaba molesto. Para conseguirlo, se han servido de grupos de oposición presentes sobre el terreno. Sin la OTAN, éstos no habrían podido imponerse nunca en Libia.

Respecto a si nos encontramos ante un nuevo Irak, en efecto, hay algunas semejanzas. Por ejemplo, como los rebeldes no cuentan con el apoyo de la mayoría de la población, la OTAN recurre, como en Irak, a la “estrategia del caos”: para desestabilizar un país y sumirlo en una guerra civil, nada mejor que exacerbar el racismo y los conflictos “étnicos”. Esto permite a las multinacionales occidentales mantener el control sobre las riquezas libias, ya que el pueblo está dividido y paralizado por el miedo. Una situación así tiene naturalmente como consecuencia sembrar la desesperación y hacer engrosar las filas de los islamistas radicales. También, como en Irak, el terrorismo ofrecerá un pretexto fácil para mantener y reforzar la ocupación del país en vez de dejar que los libios resuelvan sus problemas entre ellos

2. ¿Quiénes son los rebeldes? ¿Qué piden y a qué aspiran? ¿En qué medida han logrado legitimidad para representar al conjunto del pueblo libio? Desde su posición dominante, hay denuncias de abusos de derechos humanos, de su carácter más o menos islamista ¿Qué impresiones tienes al respecto?

Para derrocar a Gaddafi, se han aliado cinco corrientes en el “Consejo Nacional de Transición” (CNT):

1. La clase de los empresarios privados, sobre todo en torno a Misrata. Hacía sus negocios en el seno del sistema de Gaddafi, pero deseaba apropiarse de todos los recursos de la economía libia, conchabarse con el extranjero y poner fin al estado del bienestar. También forma parte de ella un reducido número de libios ricos que vivían desde hacía tiempo en el extranjero y han regresado para servir a los objetivos de los gobiernos occidentales.

2. Antiguos ministros de Gaddafi. A la cabeza, Mustafá Abdel Yalil, que preside este CNT y que era ministro de Justicia de Gaddafi. Fue él quien condenó a muerte a las enfermeras búlgaras y al médico palestino acusados de haber propagado el sida. Amnistía Internacional lo había incluido en la lista de los más terribles responsables de violaciones de derechos humanos del norte de África. Estaba también el ex ministro del Interior, Abdel Fatah Yunis, que fue asesinado en agosto por sus “amigos” del CNT. Estos dirigentes son oportunistas: han sido “devueltos” por Washington, Londres y París, que les han hecho promesas.

3. Los dirigentes de ciertas tribus del este, tradicionalmente vinculadas a Occidente y que sueñan con el retorno al antiguo sistema monárquico y feudal del rey Idris.

4. Los mafiosos. El este de Libia es desde hace tiempo una suerte de puerto franco sobre el cual las autoridades ejercen un control más bien escaso. En los últimos quince años, la mafia local ha organizado en esta región un tráfico de seres humanos desde África hacia Europa. Los ingresos generados por este comercio ascendían a miles de millones de dólares. El acuerdo concluido por Gaddafi con Italia en relación con los refugiados y la detención de varios jefes de la mafia pusieron coto a este comercio.

5. La sección libia de Al Qaeda, muy activa también en esta región oriental.

En lo referente al apoyo de los rebeldes y a los abusos que han cometido, la misión del CIRET (Centro Internacional de Investigación y Estudios sobre el Terrorismo) afirma: «En Tripolitania, la rebelión sólo ha recibido el apoyo de una minoría de la población. En Zauiya, durante tres semanas, la policía recibió por escrito la orden de no hacer nada contra los manifestantes. [...] Durante estas tres semanas, todos los edificios públicos fueron saqueados e incendiados. En todas partes, no hay más que destrucciones y saqueos sin el menor indicio de combate. También ha habido excesos (mujeres violadas, algunos policías aislados asesinados) y asesinatos de víctimas civiles “al estilo” de los argelinos del GIA (degollados, ojos saltados, brazos y piernas seccionados, a veces cuerpos quemados). Una parte de la población, atemorizada, huyó entonces de la ciudad».

Estas atrocidades se han cometido prácticamente en todas partes. Las comisiones de investigación han reunido algunos vídeos absolutamente aterradores. Uno de ellos muestra a un rebelde libio decapitando a un soldado. En otro, un rebelde descuartiza la carne descompuesta de un soldado muerto y obliga a soldados libios prisioneros a comerla. En un tercero, un grupo de rebeldes sodomiza a un civil con una pistola. Otros presentan a soldados libios degollados después de su captura. A un muchacho lo han castrado y le han arrancado los ojos por haberse negado a incorporarse a una unidad militar. Todos estos crímenes violan los Convenios de Ginebra que protegen a la población civil y a los soldados enemigos después de su captura. Susan Landauer, ex responsable de la CIA para Libia, ha confirmado estas atrocidades, y ha denunciado también: «Los rebeldes utilizan la violación como arma de guerra para castigar a las familias partidarias de Gaddafi»

3. Sobre la naturaleza de la misión, la resolución 1973 de la ONU justificaba la intervención con el fin de proteger a los civiles libios, aunque muy pronto se hizo patente que el objetivo final era un cambio de régimen. ¿Qué supone esta intervención en la historia de las “operaciones humanitarias” (y en la doctrina de la “Responsabilidad de proteger” en la que se sustentan)? ¿Qué impacto puede tener en nuevas aventuras del “gendarme mundial” otánico? ¿Serán Siria o Irán el próximo objetivo?

La resolución 1973 de la ONU, cuya finalidad era proteger a la población libia, ha sido claramente pisoteada. Sólo autorizaba el establecimiento de una «zona de prohibición de vuelos» en el espacio aéreo de Libia. La OTAN ha ido mucho más lejos al bombardear cuarteles, comisarías de policía, instalaciones económicas, ministerios, la televisión, al intentar asesinar a personalidades políticas, al privar a Trípoli de gasolina, agua y electricidad, y, por supuesto, al proclamar abiertamente su deseo de que se produjera un cambio de régimen.

¿Qué decía exactamente la resolución 1973? 1. Alto el fuego. 2. Embargo de armas. 3. Zona de exclusión aérea. 4. Prohibición de la intervención en tierra. Pero, en realidad, ¿qué han hecho las potencias de la OTAN? 1. Han atacado durante seis meses. 2. Han entregado armas a un bando. 3. Han utilizado el espacio aéreo en favor de ese bando. 4. Han desplegado miles de agentes occidentales sobre el terreno.

La guerra contra Libia constituye un precedente muy peligroso, que abre la puerta a numerosas guerras futuras. Por otro lado, forma parte de un plan global y a largo plazo. El general Wesley Clark –que dirigió los bombardeos contra Yugoslavia en 1999– ha revelado que en 2001 un general del Pentágono le confesó: «Tengo aquí una nota llegada de arriba que describe cómo vamos a invadir siete países (después de Afganistán): Irak, Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán y por último Irán”.3 De todo esto es urgente extraer lecciones. Porque otros blancos están ya en el punto de mira: Siria e Irán, países que has mencionado, pero también Venezuela (¡a la que Washington clasifica como “Estado terrorista”!).

4. ¿Qué escenarios se abren ahora para Libia? ¿Hay riesgos de que la fractura social conduzca a un conflicto generalizado y duradero?

La guerra no ha terminado y la tragedia libia no ha hecho más que empezar. Este país va a caer en el mismo infierno que Irak. El acaparamiento de los pozos de petróleo libios por las multinacionales será sinónimo de un empobrecimiento considerable para la población. La educación y la atención de la salud dejarán de ser gratuitas, los alimentos subvencionados deberán ajustar sus precios a los del mercado internacional, los mercados tradicionales serán sustituidos por Auchan (Alcampo) y Carrefour, los precios de la propiedad inmobiliaria se dispararán, las privatizaciones harán explorar el desempleo y la emigración hacia Europa. Y para “legitimar” todo esto, Obama y Sarkozy entronizarán a un Karzai libio, a un fantoche. Creer que Exxon, Total y BP se han sacrificado para ayudar al pueblo libio a conquistar la democracia, es creer en Papá Noel.

Los únicos libios que se alegrarán serán los empresarios, pero esto tampoco es seguro, pues las diversas corrientes del CNT se matarán entre sí para repartirse el pastel del petróleo y los miles de millones de las reservas financieras. Si se desencadena una guerra civil entre estas corrientes, los Estados Unidos la aprovecharán para dividir el país. Las experiencias de Irak y Afganistán les han enseñado que no andan sobrados ya de medios para controlar sin sobresaltos los países ocupados. Por consiguiente, para impedir que estos países recuperen su independencia, la mejor solución es sumirlos en el caos, así que se perseguirá su desestabilización.

5. Por otra parte, ¿qué papel desempeñarán las potencias en el destino del país? Aun antes de que Gaddafi estuviera definitivamente vencido, los países poderosos ya se habían reunido en París para hablar no de cómo ayudar al pueblo libio, sino de cómo repartir los contratos del codiciado petróleo libio. ¿Quiénes son los actores aventajados y quiénes pierden puestos en este reparto?

Descontento con la actitud de las multinacionales estadounidenses y europeas, Gaddafi quería que la participación del Estado libio en el petróleo pasara del 30% al 51%. Y quería entablar relación con otros países distintos de Europa y Estados Unidos. Esta evolución inquietaba a Washington, como indican varios cables de Wikileaks. Desde los primeros días del conflicto, Ali Zeidan, portavoz del gobierno de oposición, declaró a propósito de los contratos petroleros que el futuro poder «tendrá en cuenta a las naciones que nos han ayudado» (!¡). Después de la toma de Trípoli, Abdeljalil Mayuf, portavoz de la compañía petrolera rebelde Agoco, confirmó: «No tenemos ningún problema con las compañías occidentales italianas, francesas o británicas. Pero tenemos ciertos problemas con Rusia, China y Brasil». Se trataba sin duda de volver a repartir el pastel del petróleo, de modo muy especial entre los países del Norte, y de impedir los intercambios Sur-Sur. Según analistas preguntados por Reuters, «las empresas francesas e italianas podrían emerger como los grandes vencedores de la redistribución de las cartas en Libia debido al fuerte apoyo del que han dado muestra París y Roma respecto a los rebeldes».

Michel Collon (La Haine)

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