sábado, 28 de enero de 2012

LOS ÚLTIMOS EN CAPITULAR

La invasión de julio de 1512 pilló por sorpresa a unos navarros incapaces de hacer frente a un ejército de 15.000 soldados que penetró desde Álava, una columna que se desplegó durante 12 kilómetros y al frente de la que avanzó el militar español más curtido de la época, Fadrique Álvarez de Toledo, segundo duque de Alba. Pamplona se rindió el día 25 para evitar su ruina.

Como un castillo de naipes fueron cayendo las principales villas. Conocida es la resistencia de Tudela, que finalmente cedió el 9 de septiembre. Empero, fueron pueblos de la Merindad de Olite los que más aguantaron fieles a los reyes Juan y Catalina. Persistieron leales hasta el 21 de septiembre, cuando Olite, Tafalla y Miranda de Arga enviaron representantes a Logroño para inclinar, de momento, la cerviz ante el poderoso ocupante.

La estrategia navarra de resistir en las fortalezas no pudo evitar el paso de una milicia española bien pertrechada, cuyos Tercios se batían en los peores conflictos de Europa, unas tropas de infantería, caballería y artillería contra las que las levas navarras poca contraofensiva podían ingeniar por sí solas.

Para evitar un penoso asedió el propio rey, Juan de Albret, salió de Pamplona y dejó a merced del invasor la capital navarra. En Lumbier y de camino hacia el Bearne donde ya estaba la reina Catalina de Foix, el monarca todavía ordenó el 31 de julio que permaneciera alerta en Olite el Consejo Real y la Corte Mayor, poder político que atendía los asuntos ordinarios de un reino que se desmoronaba.

En las jornadas siguientes, el duque de Alba envió mensajeros a las distintas plazas fuertes para abortar cualquier apoyo a los reyes legítimos. El usurpador Fernando “el Católico”, soberano de Castilla y Aragón, se nombró “depositario” de la corona navarra y el 22 de agosto se atribuyó abiertamente el título de rey. Entre tanto logró de su aliado el Papa Julio II unas bulas que justificaban la conquista y amedrentaban con la excomunión a los súbditos de Juan y Catalina.

Las principales localidades fueron incitadas a jurar fidelidad al “Católico”. Para entonces, casi toda Navarra estaba ya en manos del invasor y los cargos públicos de la alta administración prácticamente se habían pasado al lado castellano. La resistencia era más fuerte en el sur y zona media, mientras las tropas del duque de Alba conseguían en su avance llegar hasta San Juan de Pie de Port, en Tierra de Vascos.

Sin más opción que el reconocimiento, finalmente los delegados municipales elegidos por Olite, Tafalla, Miranda de Arga y Roncal hicieron de la necesidad virtud y acudieron a la capital riojana, tal y como se les exigió, para dar palabra de fidelidad como rey a Fernando, aunque con la reserva de no considerarle señor “natural”. El invasor, con inteligencia, confirmó los derechos de las villas, prometió guardar sus fueros, “sus libertades, reunir cortes, mantener la paz y justicia e impedir violencias ...”.

El rey aragonés y grande de Castilla nombró mariscal de Navarra a Alonso de Peralta, noble que contaba con la aquiescencia de los de Olite y Tafalla, con los que así quiso congraciarse. El duque de Alba, por su parte, creó guarniciones estables en las principales villas. Hurtado Díaz de Mendoza, fue designado alcaide de los castillos de Olite y Tafalla, con una tropa a su mando de 200 jinetes y 100 lanzas.

En los meses siguientes, los ejércitos del rey de Navarra y su socio el de Francia planearon la contraofensiva. Castigaron propiedades de la nobleza beamontesa que acaudillaba el conde de Lerín y que había colaborado con los conquistadores. La guerra se llevó a efecto sin piedad. Los legitimistas intentaron recobrar Pamplona, que estuvo defendida con refuerzos castellanos.

En auxilio de los navarros soberanistas, varias fortalezas se alzaron por el rey Juan, la más importante Estella. En la Merindad de Olite se levantaron los castillos de San Martín de Unx, Murillo el Fruto, Santacara, Miranda de Arga y Tafalla. El 22 de octubre, los vecinos de Olite se sublevaron y expulsaron a la guarnición castellana, pero dos días después fueron reconquistados. El duque de Alba aumentó las dotaciones militares en los pueblos de dudosa fidelidad ... y comenzó una campaña de destrucción y desmoche de torres, defensas y murallas.

El castillo mayor de Lizarra no cayó por las armas pero los navarros tuvieron que capitular el 31 de octubre. A sus defensores les perdonaron la vida con la condición de que dejaran la lucha. Algunos, entre ellos el señor de San Martín y los Vélaz de Medrano, incumplieron la exigencia y se reagruparon en la Merindad de Olite para unirse, otra vez, a quienes combatían la dominación del “Católico”.

La llegada de más tropas de ocupación fue finalmente determinante para doblegar a los paisanos. Los socorros procedieron, fundamentalmente, de Castilla y Aragón, pero también entraron soldados de Burgos, La Rioja, Extremadura, Andalucía oriental, Murcia, Álava y Gipuzkoa.

El fracaso de Juan de Albret a la hora de recobrar Iruña, la cercanía del invierno en aquel aciago diciembre de 1512 y la amenaza para el aliado francés de una invasión anglo-flamenca (Picardía) hizo que el rey de Francia postergara el rescate de Navarra para mejor ocasión. Las huestes galas se replegaron hacia el Pirineo y Juan de Albret vovió a Pau. La muerte del “Católico” en 1516 daría una nueva oportunidad a los legitimistas.

Mientras tanto, Fernando fue consentido rey de Navarra por las cortes beamontesas. Los agramonteses no pudieron manifestarse porque estaban refugiados en Bearne. Durante tres años escasos, el también monarca de Castilla y Aragón gobernó por medio de un virrey amurallado en Pamplona. Los principales castillos e iglesias “fuertes” del viejo reyno fueron demolidos como, por ejemplo, ocurrió en la Merindad de Olite con los fortines de Mélida, San Martín, Murillo el Fruto, Uxue o Santacara. Los leales, sin embargo, esperaban la mejor oportunidad para alzarse de nuevo en favor del reino soberano.
Luis Miguel Escudero, en La Voz de la Merindad

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