martes, 11 de septiembre de 2012

SOBRE LA PELÍCULA "BARRURA BEGIRATZEKO LEIHOAK" ("VENTANAS AL INTERIOR")


Con la involuntaria colaboración de la autoridad competetente, cuyos servicios de inteligencia no atinaron a acertar con la fecha correcta al confundir ‘hoy’ con ‘mañana’ -toda una metáfora de los tiempos que corren-, la película ‘Barrura begiratzeko leihoak (Ventanas al interior)’ llegó anoche en doble sesión privada al Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián. La cinta de Txaber Larreategi, Josu Martínez, Mireia Gabilondo, Enara Goikoetxea y Eneko Olasagasti aterrizó ante el público convenientemente manoseada por las habituales polémicas preventivas, el sueño de cualquier productora de cine comercial, la pesadilla que aguarda a todo autor de productos similares. Queda el consuelo de que cualquier cosa es mejor que la indiferencia. Y lo primero que hay que decir es que, como ya viene siendo habitual en casos similares, la trifulca se sitúa varios metros por encima de la película, que se beneficia y adolece de las mismas virtudes y defectos que otros documentales encuadrados en el género tragedia vasca.
Antes que la admiración o el desdén, asoma la inagotable perplejidad derivada de la salva de aplausos con la que indefectiblemente concluyen este tipo de proyecciones, entendiendo que se trata de recompesar el esfuerzo de los autores de las películas, pero cuyo efecto más inmediante es la desintegración del clima dramático que se ha generado en la pantalla. ‘Ventanas al interior’, como ‘Trece entre mil’, de Iñaki Arteta, por citar un ejemplo opuesto, acaban prisioneras de sus propios públicos, sectores ya convencidos de antemano de sus respectivas tesis. En estos casos, el público abandonoa la sala de cine igual de reforzado en sus convicciones que cuando entró, cuestión achacable no tanto a los directores de las películas como a la exquisita sensibilidad de los espectadores a la hora de elegir sus productos favoritos en el supermercado ideológico. Al fin y al cabo, casi nadie está dispuesto a saltar del Vaticano a la Meca y de ahí a Benarés. En cualquier caso, queda pendiente de rodar esa película vasca que haga enmudecer al patio de butacas.
Más allá del tono tan abierta como legítimamente propagandístico que sobrevuela la película, la molesta por enfática música y una contextualización histórica despachada en cuatro tópicos que producen sonrojo, ‘Ventanas al interior’ también está repleta de hallazgos. A saber; el funcionamiento de los mecanismos del odio -que casi siempre precede a la toma de una posición política que legitime este sentimiento, algo que por cierto ha funcionado en todos los bandos-, el relato de ese clásico vasco que son los niños engendrados en prisiones remotas o el disparate judicial español, tanto en su formulación -alargamiento artificial de las penas- como en su aplicación -ensañamiento gratuito-. En lo que respecta a este último punto, alguien debería explicar qué aporta a la defensa de la democracia reservar para una reclusa enferma oncológica un trato que, con el código penal en la mano, sería merecedor de denuncia si algún veterinario se lo aplicara a un perro con cáncer-. Además, cabe destacar que ‘Ventanas en el interior’ se queda en la película que es y que sus creadores han querido que sea, pero permite adivinar la que podría haber sido, lo mismo está preñada de otras. Sirvan como ejemplo las 169 cintas que la madre de Gotzone Lopez de Luzuriaga acumuló con la grabación de todas las conversaciones teléfonicas que mantuvo a lo largo de los trece últimos años de su vida con su hija encarcelada.
En resumen, la película se constituye en otro fragmento más de un relato colectivo conformado por fragmentos incompatibles. Toda esta colección de historias de uno y otro signo que cada uno de nosotros esgrime como sus verdades absolutas nos invita a construir un relato que no debería ser necesariamente compartido, bastaría con que fuera verosímil. ‘Ventanas al interior’ encontraría ahí su lugar. En cuanto al delegado del Gobierno en el País Vasco, se comprenden el desvelo que le suscita nuestra integridad espiritual. No obstante, por doloroso que resulta, quizás haya llegado el momento de hacerle saber que no sólo resultan estériles, sino también inncecesarios, no diré indeseables para no lastimarle en su amor propio.
Alberto Moyano

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