domingo, 18 de noviembre de 2012

EL EFECTO FOUCHÉ


Las elecciones catalanas van a modificar la realidad política española. Supongamos, en primer lugar, que el próximo domingo la línea soberanista fracasa porque ya ha agotado su capacidad de crecimiento electoral, pese a la opinión imperante en los medios de comunicación. CiU retrocede en vez de avanzar, se redistribuyen los votos y la suma de escaños prorreferéndum resulta igual o inferior a la actual. Mucho ruido para nada. Una legislatura endiablada por delante e indiscutible victoria del sector español que desde hace tiempo considera que el catalanismo es un tigre de papel, una superestructura muy activa, con una notable hegemonia político-cultural, que puede ser derrotada con un trifásico: amedrentamiento (para atemorizar a los moderados), escarnio (para excitar, aún más, a los radicales) y alguna oferta de conciliación (porque lo inteligente siempre es acabar dando una salida). 

Las encuestas y la atmósfera dominante apuntan a un crecimiento soberanista, pero hay que esperar al 25 de noviembre. Estas no son unas elecciones ordinarias. Si el fracaso se produjese, efectivamente algo importante cambiaría en España: el hundimiento de la mitología catalanista legitimaría plenamente los planes de recentralización y laminado. El ridículo catalán ante Europa sería fenomenal. Derrota histórica. Puede pasar. 

Si el campo soberanista crece -con o sin mayoría absoluta de CiU-, también habrá cambio de esquemas. Europa atenta y una incierta fase de tensión y negociación. Trifásico de día y cenas pacificadoras de noche. La mayoría absoluta sería una señal contundente ante la opinión española. Daría tranquilidad a CiU, posiblemente reforzaría la línea pactista y acentuaría la distancia con los sectores sociales -amplios y activos- que no se sienten representados por Artur Mas. Habría más sosiego y fuerza en el vértice, y más voltaje en la base, con el grave trasfondo de la crisis. 

Una victoria rotunda sin mayoría absoluta (el escenario de la encuesta de hoy) invertiría los términos: menos certidumbre en el vértice, menos fuerza negociadora concentrada en un sólo estado mayor, y más diálogo de la fuerza ganadora con los demás partidos (incluido el PP catalán) y con la sociedad. Un mayor diálogo con la sociedad. Esa podría acabar siendo la principal novedad de estos tres meses electrizantes. CiU, una fuerza regimentalista de 1977, habría roto -parcialmente- los precintos del régimen constitucional, para evitar la laminación de la autonomía y recuperar capacidad de liderazgo en un gravísimo momento para la Generalitat.

El retorno de Joseph Fouché -la fracción del aparato del Estado que filtra "borradores" policiales con la intención de trastocar el voto- tiene esta vez efectos inciertos. La gente de CiU se siente indignada, pero ya no estamos en tiempos de Banca Catalana. La descarnada irrupción del aparato estatal en la campaña puede acabar reforzando a CiU, pero de otra manera. Hoy las adhesiones ya no son inquebrantables. Las batallas de reputación se deciden en los detalles, y en la irrupción de Fouché (fundador de la policía política en 1799) esta vez hay una zafiedad excesiva. Un "borrador". Estilo ruso. En España ya no hay campaña electoral sin algún tipo de intervención política -oficial u oficiosa- de la policía (ya pasó en Galicia). Artur Mas depende esta última semana de su estilo y de su capacidad de empatía con los sectores más dinámicos de la sociedad. 

Puesto que la energía de los "borradores" policiales no si crea ni se destruye, si Fouché acaba dando votos a CiU, el damnificado será el PSC. ¿Lo sabe Carme Chacón? Probablemente, sí. Si el PSC se hunde, alguien intentará que la derrota caiga sobre Alfredo Pérez Rubalcaba. Pero de eso ya hablaremos dentro de una semana.


Enric Juliana, en La Vanguardia

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