domingo, 27 de enero de 2013

BARCINA, PENDIENTE ABAJO


En la primavera de 2009 Yolanda Barcina, todavía en su tercer mandato como alcaldesa de Iruñea, era elegida presidenta de UPN. Casi por aclamación, por un 89% de los afiliados presentes en el VIII Congreso del partido regionalista. Culminaba así una operación en la que Miguel Sanz comenzaba a sentirse agotado y sin ideas tras quince años como presidente del Gobierno de Nafarroa, acosado por las intrigas internas derivadas de la ruptura con el PP navarro después de 17 años de estrecha colaboración. Jaime Ignacio del Burgo y Santiago Cervera eran adversarios demasiado correosos como para que el de Corella plantase cara a una nueva etapa en soledad.
Sanz dio paso a Barcina y puso el partido en sus manos, casi de forma inevitable porque consideraba a la alcaldesa de Iruñea como obra suya. Demasiada discípula para tan mediocre Pigmalión. Yolanda Barcina, de su Burgos natal y su Portugalete adolescente, fondeó en la política navarra con un brillante curriculum académico. Licenciada y doctorada en Farmacia por la Universidad de Navarra, inició su periplo pedagógico como profesora titular en la Universidad Autónoma de Barcelona para pasar dos años después a la UPV en calidad de vicedecana de la Facultad de Farmacia. No parecieron afectarle demasiado a la doctora las politizadas y convulsas atmósferas universitarias catalanas y vascas, quizá inmunizada tras su paso por las aulas del Opus Dei.
En 1991 ya la tenemos asentada en Nafarroa, en humilde pero persistente ascensión primero incorporada al Departamento de Tecnología de Alimentos de la Universidad Pública de Navarra (UPNA), después como catedrática de Nutrición y Bromatología, después como vicerrectora de Gestión Académica de dicha universidad. Y aquí llega el ¡ale hop!: un Miguel Sanz fascinado por aquella catedrática estilosa, encantadora, con mundo, bien relacionada con lo más granado de la sociedad académica y económica local, los pata negra PTV (Pamplonés de Toda la Vida) y, sobre todo, de derechas, muy de derechas. Ah, y sin ninguna duda sobre su españolidad y perfectamente alineada respecto a la beligerancia contra "lo vasco", así, en genérico, o sea, el euskara, Euskal Herria, la ikastola, la ikurriña. En suma, la ETA. Así que en 1996 decide incorporarla a su Gobierno como consejera de Medio Ambiente. Como independiente, por supuesto.
Yolanda Barcina, la sonrisa del régimen, encandiló a Miguel Sanz hasta el punto de nominarla cabeza de lista por UPN a la alcaldía de Iruñea en 1999 ante el estupor y la indignación de la vieja guardia del partido regionalista, que la consideraba una advenediza arribista y poco de fiar. El descalabro -cuando no la connivencia- del PSN y la dispersión del voto nacionalista le permitió perpetuarse en el cargo durante doce años, tiempo suficiente para que buena parte de la sociedad pamplonesa conociera -padeciera- su carácter autoritario, su acendrada españolidad y su lealtad a los poderes fácticos tanto económicos, como académicos, o como eclesiásticos.
Quienes le conocen bien le definen ambiciosa, obsesionada por su imagen, fascinada por el poder y muy inteligente. Sabe a lo que va, y nada le detiene. Se afilió, por fin, a UPN en 2003, después de sopesar las posibilidades de futuro que le esperaban. Y llegaron, vaya si llegaron, cabalgando sobre su propio mecenas y valedor en cuanto el hastío, el desengaño y la debilidad minaron las energías de un Miguel Sanz en retirada. Su habilidad para nadar y guardar la ropa en la confrontación UPN-PP, sus conciliábulos en Madrid con lo más granado del partido de Mayor Oreja, su absoluto menosprecio por el autogobierno de Nafarroa y por sus peculiaridades históricas la convirtieron en la presidenta ideal para el ala dura de UPN. Y lo logró. Por poco, en minoría, pero lo logró. Una vez más, el PSN estuvo al quite.
Pudiera pensarse que la ascensión de Yolanda Barcina a los cielos de la presidencia hubiera colmado su autoestima, pero lo está haciendo de manera tan desastrosa que parecería importarle poco lo que ocurra en la Comunidad Foral quizá por lo que puede estar esperándole en Madrid. Despachar a patadas a sus socios de Gobierno era un suicidio político, y ella lo sabía. Pero le dio igual.
De momento, se sostiene malamente en el poder después de haber arrollado los mínimos del bienestar social que disfrutaban los navarros. Su seguidismo a los brutales recortes de Rajoy ha deteriorado hasta límites insoportables la sanidad, la educación, la cultura y las ayudas sociales. Y así están las calles de Iruñea y de las principales localidades navarras abarrotadas de ciudadanos en pie de protesta, hartos de tanto recorte, de tanto paro y de tanto mamoneo. Porque, esa es otra, algunos colectivos han denunciado que desde que entró en política, la risueña alcaldesa se ha forrado. Tendrá que decir algo de las dietas millonarias que cobró de la CAN "por imperativo legal", o de las rentas de las oficinas que compró a esa entidad con información privilegiada, o de vaya a saber qué irá saliendo todavía.
Precipitada pendiente abajo, degradada por el propio aparato de UPN que siempre le tuvo ganas, deteriorada esa imagen propia que tanto ha cuidado, quizá ya no le interese ni a la Cospedal.

Pablo Muñoz, en Grupo Noticias


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