domingo, 27 de octubre de 2013

EL FOSO DE ESTRASBURGO

La salida de la cárcel de Inés del Río, después de más de 26 años de encierro, ha puesto de manifiesto que no se puede ver la proscripción de la doctrina Parot como un triunfo completo de la ley y del principio de legalidad, sino como una derrota, cuando menos parcial, de los mismos. Lo digo por el vendaval de furia que ha desatado la sentencia y la excarcelación de Del Río. Se ha abierto un negro telón sobre un escenario cenagoso: el que se extiende movedizo entre la ley, la justicia y el ánimo insaciable de venganza, confundidos todos.
Quien más quien menos ha podido darse cuenta de que la añoranza de medidas extremas, como la prisión perpetua o la pena de muerte, son algo más que una baladronada de taberna o un rebuzno de nostálgicos del franquismo. No, hay deseo de penas eternas, penas imposibles de purgar, deudas insaldables, imprescriptibles, añoranza del infierno en la tierra, del ojo por ojo, de esa ley de la selva extrema que practica con ventaja el propio Estado, ley, siempre, del más fuerte... ¿Pero el Derecho Penal no iba en otra dirección? Nunca está de más preguntarse por cuáles son nuestras convicciones reales, en qué creemos en realidad.
La sentencia de Estrasburgo también ha hecho que aflorara algo ya muy sabido, como es que lo más común es que se crea en la justicia dependiendo de si el resultado gusta o no, de si la sentencia de lo que tenemos en liza nos beneficia o no. Y la sentencia de Estrasburgo no ha gustado porque ha desbaratado la ingeniería jurídica del Gobierno y las víctimas del terrorismo lo han hecho saber, pero sobre todo quienes las utilizan.
Con la sentencia de Estrasburgo se ha visto de una manera clara que un foso o una trinchera cada vez más anchos y profundos dividen a la sociedad española: unos y otros. Unos son los auténticos patriotas, la gente de bien y otros los perversos, los canallas y así tratados y descritos con recochineo. Todos somos para otro un canalla o algo peor. En eso pocos engaños caben. Si no estás conmigo, estás contra mí y en enemigo te trato.
"Días de trazo grueso e insulto fácil", escribía con acierto una twitera días pasados, porque así han sido hasta ayer mismo cuando el Partido Popular ha salido a la calle en masa contra una sentencia del tribunal de Estrasburgo.
Fosos, fosas y trincheras. Una situación que me ha traído de nuevo a la memoria el poemaNocturno, de Rafael Alberti, ese en que se dice en los tuétanos tiembla despabilado el odio/ y en las médulas arde continua la venganza,/ las palabras entonces no sirven: son palabras. Mis muertos y tus muertos, mis asesinos y los tuyos, víctimas y verdugos de ida y vuelta, impunidades que no provocan alarma alguna: no hablamos el mismo lenguaje ni de lejos. Nuestra capacidad de convencernos y persuadirnos está bajo mínimos. Algo que no es de hoy ni de ayer, que viene de más lejos, pero que se ha hecho más patente que nunca desde que el Partido Popular llegó al Gobierno. El odio es cosa del otro, siempre, no lo olvidemos.
Si usted o yo hubiésemos salido a la calle para protestar contra la excarcelación de Rodríguez Galindo después de 4 de prisión no exenta de privilegios nos habrían apaleado, abierto diligencias penales y muy probablemente multado. Galindo fue condenado a más de 70 años por un crimen espantoso en el que mediaba la prepotencia y superioridad del uniforme, algo más que la indefensión desprevenida de la víctima. Ni siquiera los titulares de prensa que dan cuenta de su excarcelación ventajosa tienen el mismo tono. Sus actos están plenamente exculpados, me temo.
Lo que es válido para mí no lo es para ti: leyes de doble sentido, doble y triple moral, electoralismo descarado. Manifestarse en masa contra una sentencia judicial de alto rango no es una forma de acatar nada, sino de situarse en el papel ventajoso de víctima de las leyes injustas y una invitación a no aplicar lo dispuesto en el fallo del Tribunal de Derechos Humanos. Una vez más recurren a la patraña al decir que no se manifiestan contra el tribunal sino contra la sentencia y a favor de las víctimas.
Cuando la Villalobos dijo "Un Estado democrático tiene que acatar las sentencias, las comparta o no", no habló de organizar una marcha callejera. Pero, sin embargo, el fiscal Torres-Dulce sí amenazó con un nuevo alarde de ingeniería jurídica cuando dijo: "No vamos a acelerar ni a ralentizar la excarcelación de presos", sino todo lo contrario: estudiarán cada caso como si no estuvieran ya muy estudiados. Por eso hablan de una aplicación escalonada de la sentencia de Estrasburgo y hasta han fijado un día a la semana para hacerlo, uno por uno... ¿ad calendas graecas? Lo pregunto porque a la vista de las declaraciones gubernamentales crece la sospecha de que el Gobierno se siente legitimado para usar triquiñuelas y subterfugios con el fin de evitar aplicar la sentencia de Estrasburgo. Y si le fallan los códigos y la trapacería de sus magistrados, tienen la legitimidad del clamor callejero.
A mí no me extraña que las víctimas del terrorismo, por sí mismas o azuzadas y utilizadas de manera política y mediática, estén irritadas y se sientan frustradas, porque no en vano se les vendió la doctrina Parot como algo perfectamente legal, algo ajustado a derecho, cuando en realidad se trataba de un retorcimiento de la ley en los límites de la legalidad, un fraude de ley, plenamente amparado por la magistratura, el Gobierno y la mayoría de los medios de comunicación, y con ellos esa parte considerable de la población que más que justicia pide venganza.
Las acusaciones vuelan, y a quienes se niegan a retirar símbolos franquistas y a condenar la apología de la dictadura, la doctrina Parot les parece el colmo de lo democrático, porque la aplicación según el anterior Código es franquista. Dos medidas, dos lecturas: el imperio de la ley es el de la conveniencia. Todo es según y cómo.
"Justicia para un final con vencedores y vencidos", temible lema el de la manifestación del Partido Popular que es quien maneja los hilos del poder, y vieja dialéctica, porque en esa paz hemos venido viviendo, con constitución de por medio o sin ella. Algo que me ha recordado los versos de Luis Cernuda escritos desde el exilio: "Ellos, los vencedores/ Caínes sempiternos". El de vencedores y vencidos no es lenguaje de convivencia pacífica, sino de crueldad institucional y sometimiento, de ciudadanos de primera y de segunda.
Miguel Sánchez-Ostiz

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