viernes, 14 de febrero de 2014

UCRANIA Y EL INTERVENCIONISMO YANQUI

En noviembre de 2013 comenzaron en Kiev, capital de Ucrania, furiosas protestas contra la decisión del presidente Víctor Yanukovich de posponer la firma del Acuerdo de Asociación y Libre Comercio con la Unión Europa. A los latino-caribeños se nos hace difícil entenderlas pues sabemos bien que para países dependientes como los nuestros el libre comercio conlleva el desmantelamiento de la economía y la soberanía nacionales y un creciente aumento del desempleo, la pobreza, la desigualdad y la espiral de corrupción y violencia.

Volviendo a Ucrania, independientemente de que la pertenencia a la Unión Europea (UE) no es ninguna panacea, como lo pueden acreditar España, Grecia, Italia, Irlanda y Portugal, debe puntualizarse que el acuerdo que Yanukovich se negó a firmar no concede al país eslavo ni siquiera el ingreso a la organización.

Simplemente estipula que, como una colonia, Ucrania abra su mercado a una invasión de productos de la UE sin reciprocidad alguna. Ello conllevaría no sólo el arrasamiento de la industria y la agricultura que hoy tienen un mercado seguro y en condiciones ventajosas en Rusia sino la pérdida de la independencia nacional. Pero, además, en un acto de arrogancia e injerencia intolerable la UE exigió a Yanukovich la puesta en libertad de la ex primera ministra Yulia Timoshenko como requisito de la asociación. Condenada a prisión por abuso de poder, Timoshenko forma parte de la oligarquía que se enriqueció con la privatización de las empresas públicas.

Por ello pese a la guerra sicológica contra Moscú y a favor de la democracia occidental y el libre mercado desarrollada en Ucrania por las fuerzas más reaccionarias desde el desbarajuste gorvachoviano (1985-1981), acrecentada con la llamada revolución naranja impulsada por Estados Unidos (2004), existe un considerable sector que se opone a la asociación con la Unión Europea y favorece la Unión Aduanera con Rusia (38 por ciento) según una encuesta del Instituto Internacional de Sociología de Kiev. No obstante, la misma encuesta revela que 37.8 sostiene la posición contraria.

Estos datos demuestran la polarización existente en la población en torno a este tema, que tal vez podría aún ser procesado satisfactoriamente por las instituciones ucranianas si cesara la grosera intervención extranjera.

Por las protestas de la plaza de la Independencia han desfilado la jefa de la diplomacia europea Catherine Ashton, los cancilleres alemán y canadiense Guido Westerwelle y John Baird y una gavilla de políticos de Polonia, Lituania, Georgia y Estados Unidos, entre ellos el infaltable John McCain. Renglón aparte merece la subsecretaria de Estado estadunidense Victoria Nuland, quien además de llevar 15 millones de dólares a la oposición ha estado manejando directamente la estrategia subversiva conducente a la formación de un nuevo gobierno como lo prueba su plática telefónica con el embajador de su país Geoffrey Pyatten, en la que, de paso mandó muy lejos y de forma muy grosera a sus aliados de la UE 

Hay que añadir la labor subversiva, entrenamiento de paramilitares incluido, que vienen desarrollando fundaciones estadounidenses como la NED y el Instituto Albert Einstein, cuyo director Gene Sharp ha declarado olímpicamente: Hacemos abiertamente lo que hace 20 años hacía la CIA encubiertamente.

Las protestas, en las que ejercen gran influencia los fascistas del partido Svoboda, no tienen nada de espontáneas, por más que las condiciones de vida de Ucrania, como en casi todos los países de Europa del este, hayan decaído mucho respecto de la etapa soviética. Se enmarcan en el esquema de las revoluciones de colores desarrollado por Estados Unidos, también aplicado contra los gobiernos antineoliberales de Nuestra América, como hoy contra Venezuela. Sus objetivos son apoderarse del territorio y los recursos de los países que no se le someten, como ha hecho en la ex Yugoslavia, Irak, Libia y Siria, y acorralar a Moscú y Pekín en su guerra no declarada contra estos.

Lo mismo que de otra forma viene haciendo con estados latinoamericanos a quienes llama sus aliados pero que como ocurre con los integrantes de la Alianza del Pacífico, mediante los tratados de libre comercio y su correlato militarista han acelerado el saqueo de sus recursos naturales, el arrasamiento de su industria y agricultura, su degradación medioambiental y la enajenación de su identidad.

Ángel Guerra Cabrera, en La Jornada

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