jueves, 18 de agosto de 2016

ENTENDER GALIZA

El otro día hablaba con una amiga de Madrid sobre política gallega y me preguntaba soprendida cómo podía ser que el PP sacase esos resultados elección tras elección, pasase lo que pasase. Hay una respuesta de “sentido común” a partir de la cual intentaremos problematizar el caso: esa respuesta, de apariencia incisiva y original, piensa a la gente gallega como tranquila y sumisa, un poco sadomasoquista y estúpida. Esta forma de enfocar el problema recuerda un poco a aquella siniestra anécdota en la que “gallego” aparecía como sinónimo de “tonto” en un diccionario. Una respuesta que revela una profunda relación colonial y que no podemos descartar simplemente como falsa, pues el mero hecho de que haya gente que piense así, tanto en el Estado español como en Galiza, ya refuerza mucho esa relación. Obviamente, el tonto nunca es el que se autonomina, si no que es el “Otro”. Por desgracia, la izquierda también ha caído muchas veces en ese tópico esencialista, que piensa las naciones como “personalidades que son”, en vez de ver las sociedades nacionales como algo contradictorio, atravesado por luchas sociales y desarrollos desiguales.

Galiza es una nación de paradojas. Siguiendo a Gramsci, tenemos que ver el enfrentamiento entre partidos no como el enfrentamiento entre políticos, sino como la condensación del enfrentamiento entre lo que el filósofo sardo llamó “bloques históricos”. Los “bloques históricos” son relaciones complejas, en donde se mezclan partidos, posiciones en la sociedad civil, clases y, por supuesto, atravesados internamente y condicionados externamente por otro tipo de estructuras como el patriarcado. Cada bloque histórico está en conflicto con otro bloque y movido por una voluntad colectiva que puede ser de transformación (bloque subalterno) o de conservación (bloque dominante). Por supuesto, los bloques históricos cambian en función de los cambios sociales: cambian sus formas, cambian sus palabras, cambian sus caras.

El bloque histórico dominante en Galiza está liderado por el PP. El PP en Galiza dista de ser un simple cascarón vacío con apoyo electoral. Es un partido que muchas veces hemos comparado con la Democracia Cristiana Italiana: envejecido en un país envejecido, rural en un pais semirural, con una composición de clase que combina a amplios sectores de ese híbrido popular de las villas y de las aldeas, a la vieja clase media urbana, al proletariado simbiótico (aquel que vive en la ciudad pero piensa como alguien del medio rural) y a una élite económica parasitaria, dependiente de España y de las ayudas del Estado. Esta alianza compleja posee sus propios “intelectuales orgánicos”, como la Voz de Galicia, el periódico más leído en un país donde mucha gente no tiene acceso a internet. También sus propias expresiones culturales, que no son objetivamente reaccionarias, como las muchas fiestas en torno a la gastronomía, vistas por la izquierda elitista de forma simplista como una forma de alienación, cuando en realidad son un medio que tiene la clase dominante de construir una comunidad, una base social que les siga permitiendo identificar los intereses de Galiza con los suyos propios. El caciquismo no es una relación de simple servilismo, sino una relación hegemónica que integra al subalterno en ella. Pensémoslo a través de un caso concreto, desgraciadamente muy de actualidad.

Galiza es una de las pocas comunidades en donde existen servicios privatizados contra los incendios. Este modelo de bomberos privados fue impulsado por el PP apoyándose en las Diputaciones, auténticas máquinas provinciales de repartir prebendas. Tres empresas se reparten 23 parques comarcales, con escasos efectivos, sumiendo a los trabajadores en la precaridad y la explotación. Los bomberos de Vilagarcía, por poner un ejemplo, trabajaron 24 horas seguidas contra el fuego. Paralelamente, los helicópteros le cuestan al erario público 6.000 euros la hora y los hidroaviones 4.000 euros. La gestión de estos aparatos, fundamentales para luchar eficazmente contra el fuego, se encuentra monopolizada por dos empresas privadas, Inaer y Nanutecnia.

Convertir un tema tan sensible como la lucha contra los incendios en un negocio y utilizar ese negocio para conseguir lealtades resume muy bien el modelo de gobernanza del Partido Popular en Galiza. Una síntesis del neoliberalismo radical y subvenciones encubiertas que les permite comprar lealtades en la sociedad civil y a la vez, estimular un ciclo de acumulación por desposesión masivo, en donde lo público desaparece en aras de un modelo depredador y precario.

Los propios bomberos han iniciado movilizaciones para revertir las privatizaciones y convertir este sector fundamental para el país en un bien público. Creo que esa parte resume muy bien el reverso de la dominación del Partido Popular. Durante las últimas décadas, Galiza ha sido vanguardia de un ciclo de luchas y de experiencias particulares que ha permitido generar un sustrato social antagonista y propiamente gallego, que sirve como base para la conformación de un bloque histórico alternativo al Partido Popular. Es importante resaltar que ese bloque social no es un partido en concreto, pues las expresiones políticas van mutando en función de nuevas experiencias y necesidades. Toda expresión política de un bloque histórico es en sí misma efímera. Si la oleada de dignidad nacional y popular que se desató por el Prestige fue representada hegemónicamente por el nacionalismo del BNG, y pésimamente gestionada por aquel gobierno tan decepcionante que fue el bipartito del PSOE y el BNG, nuevos ciclos de luchas tenían que dar lugar a nuevas expresiones políticas. El 15M en Galiza, menospreciado por la mayoría de los partidos de izquierda, no fue tan masivo como en otras partes del Estado, pero entroncó con un sector de la población que no se sentía identificado con los códigos de la izquierda tradicional y que fue capaz de plantear un nuevo escenario. Todo ello sin olvidar que en Galiza existe una fuerte clase obrera industrial, con un modelo de organización fordista, que marca la dinámica en comarcas tan importantes como Vigo o Ferrol. Esta clase obrera industrial ha sufrido fuertes procesos de recomposición, que ha supuesto la extinción de ciertos sectores como el naval en Vigo (tras un ciclo durísimo de huelgas que terminó en derrota) y a la vez, la aparición de nuevos sectores de jóvenes obreros vinculados a las pequeñas y medianas empresas en las cuales los grandes capitales descentralizan la producción. Estos sectores sociales (el precariado urbano, las nuevas clases medias precarizadas y la clase obrera industrial) han sido la base del nuevo bloque histórico que hoy se expresa electoralmente en la Marea. Eso sí, con la ausencia activa de la clase obrera industrial, que vota a la nueva política pero no participa en ella y todavía con una escasa presencia de mujeres, debido a que, por desgracia, la izquierda gallega no ha sido capaz de integrar el feminismo como una lucha de pleno derecho, tarea urgente que no puede postergarse más, pues entre otras cosas, el feminismo es el ejemplo más exitoso de cómo construir una identidad emancipadora fuerte en la era de la lógica cultural posmoderna.

Los debates de los últimos días en torno a si Podemos debía participar en En Marea en igualdad de condiciones han sido muy interesantes en ese sentido. Si un bloque histórico y su expresión política concreta están en permanente mutación, los partidos tienen que mutar acompañando a su base social si quieren sobrevivir. El BNG no lo consiguió y por eso entró en crisis, aunque sus componentes más lucidos como Xosé Manuel Beiras fueron capaces de prever los cambios y mantener al republicanismo nacionalista como un agente fundamental en el nuevo ciclo político. Desde la irrupción de las Mareas municipalistas y de En Marea, la urgencia de dotar de un espacio común a todo ese sustrato social impugnador se hacía mas evidente para todas. Un espacio unitario pero que fuese más allá de la experiencia de AGE (Alternativa Galega de Esquerdas, la coalición entre IU y ANOVA sacó el 14% de los votos y 9 diputados), que trate de organizar a sectores sociales reales y no solo a partidos, que genere comunidad y ciudadanía mientras disputa al Partido Popular la dirección del país.

En Marea no es todavía eso, pero queremos que lo sea. La experiencia de estas primarias debe servir (también necesitamos recuperar aseveraciones normativas fuertes) para fortalecer una perspectiva de ruptura democrática, al proponer a través de la práctica una renovación de la ética pública que se base en la autoactividad de la ciudadanía, en su participación y deliberación activa, en la libre decisión cooperativa, lejos de las negociaciones en despachos o de la colonización de los espacios comunes. Debe servirnos por otra parte para organizar y tensar a toda esa potencia humana acumulada, convertirla en una voluntad colectiva capaz de disputarle el gobierno al PP en las próximas elecciones, atrayendo a toda la gente que vota al PP por costumbre y por inercia. Una voluntad colectiva que se plantee la batalla que viene como una disputa por el país, utilizando las posiciones conquistadas como trincheras, no para resguardarse, sino para avanzar hacia la conquista de nuevas posiciones. Porque realmente, En Marea se constituye para echar al PP de la Xunta, pero no queremos que sea el PSOE quien encabece la alternativa, y tampoco nos basta con un gobierno sin poder, esto es, un gobierno asediado que no dispute la economía política e incapaz de iniciar transformaciones sociales radicales y de largo recorrido, como desgraciadamente le ocurrió al bipartito entre el PSOE y BNG al que antes aludía.

Paula Quinteiro, en Público

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