sábado, 27 de agosto de 2016

ESAS TIENDAS QUE USAN EL FRÍO COMO CEBO

Cuando las altas temperaturas convierten las aceras en una sartén, los grandes comercios recurren a uno de los mejores cebos para atraer clientes. Y no me refiero a esa artimaña para librarse de mercancía obsoleta a la que llaman “último remate de las rebajas”, sino a algo mucho más sutil y seductor: el frío.

No importa si venden perfumes o ropa de colores desiguales, al pasar por delante de sus enormes puertas abiertas de par en par a la calle recibes una seductora caricia de aire frío que te invita a pasar dentro, aunque no tengas ninguna intención de comprar.

En el caso de las grandes cadenas de perfumerías franquiciadas, y a pesar de que la recargada mezcla de fragancias resulte insoportable, la verdad es que da gusto deambular un ratito entre las estanterías con la mirada perdida, esquivando dependientes. Porque lo que hace en su interior no es fresquito, sino directamente frío, mucho frío.

Hace unas semanas, en uno de los días más calurosos del verano, me dejé tentar por el cebo del frío y piqué el anzuelo de uno de esos comercios. Resulta reconfortante recorrer los pasillos de esos almacenes frigoríficos con olor a pachuli mientras afuera arden las calles: dejas de sudar, recuperas un poco el aliento.

En un momento dado, cuando mis pituitarias estaban absolutamente anestesiadas por la sobredosis de fragancias, me asomé a la trastienda y divisé el potente sistema de aire acondicionado que habían instalado. Los dígitos del termostato marcaban un objetivo de temperatura disparatado: 21 grados. Puertas abiertas. Afuera 40. Lo juro.

Por el éxito de convocatoria seguramente aquel aparato fue la inversión más rentable de la tienda, otra cosa es que sea admisible semejante locura. Porque ese derroche energético seguramente obligará al propietario de la franquicia a hacer frente a una potente factura eléctrica en otoño, pero entonces la caja ya estará hecha y tanto para la tienda como para la compañía eléctrica el negocio habrá sido redondo. Pero ¿y si a la factura eléctrica se le añadiera una ecotasa municipal? Me refiero a un impuesto disuasorio, acorde al sobrecoste ambiental y las consecuencias climáticas que genera semejante dispendio. Quizá entonces lo de utilizar el frío como cebo se acabaría para siempre.

Reproducir un ambiente invernal en plena canícula con las puertas abiertas de par en par a la calle es una falta de respeto a la sociedad, una vacilada medioambiental. No importa si es un buen negocio tanto para la cadena de perfumerías como para la compañía eléctrica, aquí no estamos hablando de dinero, maldita sea: estamos hablando de sensatez, de responsabilidad ambiental, de que dejemos de actuar como vanidosos y nos tomemos en serio lo del cambio climático. Porque va muy en serio.

Si seguimos tolerando a esos empresarios que han decidido pasar del “quien contamina, paga” al “como pago, contamino”, si aquí cada uno piensa solo en su negocio, esto del calentamiento global no va a haber quien lo frene y seguiremos avanzando a toda velocidad hacia los peores modelos de los climatólogos. Y entonces los aparatos de aire acondicionado dejaran de atraer clientes porque, a cincuenta grados a la sombra, por nuestras calles no va a haber un solo transeúnte al que echarle la caña.

Los grandes acuerdos internacionales como el de París no sirven de nada si no se traducen en compromisos a nivel local. La pregunta es ¿a qué esperan los responsables medioambientales de los ayuntamientos para someter a golpe de ecotasa a tanto agresor climático? Ay perdón, no recordaba que lo de “responsable medioambiental” es un oxímoron cuando hablamos de nuestros gobernantes.

Si los hubiera, si nuestros alcaldes y concejales tuvieran un mínimo de responsabilidad ambiental y fueran conscientes de todo lo que nos estamos jugando con el cambio climático, crearían urgentemente una brigada de educadores ambientales para presentarse en esos comercios que usan el frío como cebo, explicarles hasta qué punto contribuyen a calentar el planeta al enfriar su tienda y amenazarles con un escarmiento fiscal si siguen en ello. ¿O es que los grandes comercios están exentos de cumplir con los deberes de sostenibilidad que se nos exigen al resto?

José Luis Gallego, en eldiario.es

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